
En la foto: Edouard, Rémy, Frantz y Alix
¿Se imaginan ustedes la angustia y ansiedad de ocho seminaristas claretianos haitianos, que vivimos en República Dominicana, cuando supimos del cataclismo de nuestro pueblo a causa del terremoto devastador de enero 12? ¿Qué había sido de nuestros seres queridos? ¿Qué suerte habían corrido? Durante cuatro angustiosos días, a pesar de todos los intentos, nunca pudimos saber nada de nuestros familiares, a causa del corte de las líneas de comunicación.
Los PP. Héctor F. Cuadrado, Superior Mayor de la Delegación Claretiana de las Antillas, y Alexis Díaz, Ecónomo de la misma Delegación, que el día anterior habían visitado la capital destruida, nos prepararon de antemano psicológicamente para afrontar la trágica situación con que nos íbamos a encontrar. Todos los miembros de la comunidad del seminario nos reunimos en oración la tarde anterior para implorar del Señor serenidad y fortaleza.
Por fin, en vistas de la imposibilidad de información, el sábado 16 de enero, cuatro días después de la tragedia, nosotros, los seminaristas claretianos, tanto los de la Casa de Acogida de San Francisco de Macorís (cuatro), como los que vivimos en el Centro Claret de la capital de Santo Domingo (otros cuatro), salimos muy temprano de madrugada hacia nuestro país, Haití, para llegar a nuestras familias y saber de nuestros familiares, amigos y bienhechores. Nos acompañaban en este viaje nuestro Formador, P. José Camilo Minaya, y nuestro compañero seminarista puertorriqueño Luis Enrique Ortiz.
En el camino tratábamos de animarnos unos a otros para poder enfrentar ese gran drama y poder llevar fuerza a nuestros familiares supervivientes.
Al llegar a Jimaní (pueblo dominicano fronterizo con Haití, a unos cincuenta kms. de Puerto Príncipe), donde tenemos comunidad los Misioneros Claretianos, el P. Pepe Rodríguez nos acogió muy cordialmente e inmediatamente se dispuso a acompañarnos camino de nuestra tierra.
Por otra parte, tenemos también compañeros seminaristas claretianos haitianos en el extranjero: uno en Guatemala y cuatro en México, que han estado viviendo la misma ansiedad y preocupación que nosotros, sin poder recibir información alguna sobre sus familiares. Por ello se permitió a uno de ellos que viven México, Faustin Papatoute, venir a Haití, representando a los demás compañeros, para recabar información completa y hacerse presente en el dolor de todas sus familias.
Pues bien, al llegar nosotros a la capital, ahora totalmente desconocida, sufrimos un fortísimo impacto como si hubiéramos estado presentes en ese doloroso y amargo 12 de enero del 2010 haitiano. Nos encontramos, pues, con un Puerto Príncipe completamente desconocido, desfigurado y devastado. Y, más que el colapso total de casas, edificios gubernamentales e iglesias, lo que nos golpeó con fuerza profundamente el corazón fueron los cadáveres en las calles y la condición de vida inhumana de la gente deambulando como sin rumbo.
Una vez allí, visitamos primero la casa de los misioneros claretianos y compartimos un poco con el P. Anistus Chima y con la gente refugiada en el patio de la comunidad. Nos contó con viveza cómo él mismo y su compañero de comunidad, P. Beauplan Dérilus, vivieron el trágico momento, y pasó a enseñarnos también las fisuras de la casa. Luego nos desplazamos al barrio Nazon para ver con tristeza las ruinas de nuestra Parroquia San Antonio María Claret, totalmente derruida. También nos acercamos a las familias de nuestros compañeros seminaristas Jean Edouard Israel y de Adonis, y a las de algunos feligreses de nuestra parroquia.
Y, lo temido, al llegar a la casa del seminarista Adonis, nuestro corazón quedó roto y destrozado al recibir la triste noticia de la muerte de su madre. En hondo silencio y con abrazo fundido, compartimos el dolor de nuestro compañero.
De allí partimos para la casa familiar cercana de Edouard, donde recibimos también la dolorosa noticia de la muerte de dos primas y de una sobrina. Para poder seguir visitando a las demás familias nuestras, nos dividimos en grupos, de dos en dos, tal como lo hizo Jesús cuando envió a los setenta y dos a misionar (Lc. 10, 1).
Gracias a Dios, no hubo muchas pérdidas de vida entre nuestros familiares más cercanos; sin embargo todos quedamos afectamos por la pérdida de vida o por las heridas graves de familiares más lejanos, de amigos y de un sinnúmero de personas conocidas, como nuestro arzobispo, sacerdotes, bienhechores, seminaristas conocidos, ex-compañeros de colegio, entre otros.
Así mismo, nuestras familias perdieron también sus casas y otros bienes materiales. Fuera de Puerto Príncipe, en nuestra comunidad y parroquia de Cazal (a 42 kms. de la capital), solamente hubo tres muertos y algunos heridos, y el colapso y deterioro de muchas casas del pueblo. Pues bien, cuando llegamos a Cazal la noche del 17 de enero, la vista no fue tan diferente como en Puerto Príncipe, ya que la gente dormía también a la intemperie, bajo la luna y las estrellas.
Después de compartir con nuestras familias, amigos y compatriotas, el mismo dolor y desamparo, intentamos sobreponernos y, con la fuerza del Señor, tratamos de inyectar en ellos consuelo, ánimo y esperanza.
Y el martes 19 emprendimos viaje de regreso a nuestras respectivas comunidades de San Francisco y Santo Domingo, en República Dominicana, para continuar nuestra formación misionero-claretiana.
En fin, con todo nuestro corazón agradecemos a todos los claretianos en el mundo entero, en especial a nuestro P. Superior General, P. Josep Abella, a los miembros del Gobierno de la Delegación de las Antillas, al equipo de PROMICLA (Promoción Misionera Claretiana de Antillas, www.promicla.com) y a todos los que nos apoyaron y ayudaron de una forma u otra en este trance tan doloroso. ¡Mil gracias!
Rémy Eliazer, seminarista claretiano haitiano.
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