En Haití, Hoy Dos Terremotos Otra Vez
¿Otra vez? Sí.
Eran las 7:00 de la mañana aquí en Jimaní; estaba mansamente amaneciendo, cuando sentimos como que la alfombra del piso se nos ondulaba en danza suave y aparentemente inofensiva. Sólo unos segundos de nerviosismo e inquietud. ¿Nos tocará a nosotros ahora también?
Pero en la cercana Puerto Príncipe las cosas no pintaban tan inocentes, sino angustiosamente perturbadoras. Veamos cómo describe el temblor mañanero el periódico popular dominicano, “El Listín”, en su edición digital de esta tarde:
"La capital haitiana fue sacudida de nuevo este miércoles a las 6:00 a.m. locales por un temblor de magnitud 6,1, la mayor réplica desde el sismo que asoló el país. El temblor duró sólo unos segundos. En Petionville, al este de la capital, la gente huía asustada por las calles. Frente al hotel Kinam, cuyos ocupantes corrieron a la calle, algunas personas repetían: "Gracias Todopoderoso, gracias Todopoderoso" porque nadie haya muerto. Aunque de momento no ha sido registrada ninguna víctima, los periodistas de la AFP presentes en Puerto Príncipe reportaron ruidos de derrumbe. Desde Ginebra, la ONU indicó que socorristas salieron a buscar nuevas víctimas".
Según testimonio del claretiano P. Anistus, a quien vimos después por la mañana en el mismo Puerto Príncipe, algunos edificios que quedaron muy “tocados” y cuarteados en el embate del día 12, no han podido resistir más esta vez, han sucumbido y han colapsado.
Así que, efectivamente, terremoto otra vez; parece con menores daños, gracias a Dios.
Por otra parte, hacia las 9:00 de la mañana, un grupo de cuatro claretianos, más dos de nuestros seminaristas haitianos y dos parroquianas de San Francisco, emprendíamos viaje a Puerto Príncipe, en proyecto de solidaridad: nuestro deseo de cercanía y comprensión intentando conocer de primera mano los resultados de la tragedia, nuestra presencia fraterna que pudiera llevar consuelo y ánimo tanto a nuestro hermano Anistus como a los dos seminaristas haitianos y a sus familias, afectados tan profundamente por la muerte de la madre de uno de ellos y por la situación desesperada de la familia del otro…
Aprovechamos el viaje, al mismo tiempo, para transportar algo más de la “ayuda humanitaria” que habíamos traído ayer de la parroquia claretiana de San José de Cenoví. Es decir, intentábamos rehacer de nuevo la Caravana de la Solidaridad.
En Puerto Príncipe ya, palpamos sobrecogidos los efectos nefastos del violento movimiento telúrico: en incontables edificios severamente cuarteados o totalmente derruidos, en el loco deambular rápido por las calles, parecería que sin rumbo fijo de cientos y cientos de haitianos, solos o en grupos, en los rústicos campamentos improvisados en plazas o parques de la ciudad con “tiendas de campaña” (es un decir) montadas con sábanas, mantos o frazadas, y por doquier tantas caras adustas y dolientes como conteniendo con esfuerzo incontrolable el dolor, la rabia y la desesperación.
¿Cómo vamos a quedarnos insensibles y fríos sin sentir en el hondón del corazón el dolor de los hermanos, que nos convoca al silencio respetuoso, a la misericordia y compasión, a la cercanía cariñosa y a la solidaridad generosa de corazón?
Y eso es justamente lo que hemos intentado hacer con nuestra visita al P. Anistus, que vive estos días “al aire libre en su patio” (la casa, bastante cuarteada, no ofrece seguridad), rodeado de vecinos que se quedaron sin casa. Con la misma actitud hemos observado, con sentimiento de impotencia, la ruina total de nuestra iglesia parroquial de Nazón. Y luego la visión dantesca de tantas casas de esta zona literalmente hechas añicos, culminada con la visita a las dos familias de nuestros dos seminaristas, afligidas sin consuelo.
Hacia las dos de la tarde, de regreso ya hacia Jimaní (R.D.), quisimos sentir y compartir el dolor y desconsuelo de la iglesia local de Puerto Príncipe, visitando las ruinas de lo que fue catedral y las oficinas del arzobispado (incluyendo los locales de las emisoras de radio y TV de la Iglesia). Hemos querido acercarnos también, con tremendo estremecimiento, al así dicho sarcásticamente (¿?) “palacio” arzobispal, derrumbado y arrasado totalmente en bloque y que atrapó, inmisericorde, al mismo señor arzobispo y a algunos de sus sacerdotes y ayudantes, cuyos cuerpos parece que esperan allí todavía el rescate y el sepelio cristiano. ¡Tremendo y sobrecogedor!
Todo esto formó parte, humilde y diminuta, del “terremoto-a-la-inversa”, el sismo que aseguró nuestra solidaridad.
Pero no fuimos los únicos que nos sentimos convocados a ser generosamente solidarios. Tanto en el camino de ida como en el de vuelta, comprobamos verdaderas caravanas de grandes camiones y contenedores que evidentemente transportaban a la capital “ayuda humanitaria”, seguramente tanto dominicana como internacional, canalizada ésta a través de la República Dominicana. Y desde nuestro vehículo también pudimos observar a soldados de la ONU, y a miembros de agencias humanitarias internacionales como Naciones Unidas, Oxfam Internacional, Unicef, Cruz Roja y Defensa Civil Dominicanas, etc.; todas ellas en acción comprometida y solidaria con el sufrido pueblo haitiano.
Hasta la policía de control de fronteras y de aduanas de ambos países colabora generosamente en esa misma línea, facilitando el paso de frontera en ambos sentidos, sin ningún control ni requisito de presentación de documentos personales de identificación. Portones abiertos de par en par y paso totalmente libre, sin traba alguna. Pareciera que, gracias al terremoto, estuviéramos encaminándonos de repente por los bellos caminos de la Gran Fraternidad, donde jamás existirán fronteras divisorias y excluyentes, y donde reinará el sencillo y sublime abrazo de la paz y la amistad.
Estos días pasados nos ha llegado una bella oración para rogar por el pueblo de Haití, compuesta por el Cosejo Latinoamericano de Iglesias (Protestantes). Después de parafrasear, en varias estrofas estremecedoras y bellamente escritas, referidas a la situación de Haití, aquel verso del Libro Primero de los Reyes, 19, 11 “Pero Dios no estaba en el terremoto”, acaba la última estrofa subrayando cómo Dios sí estaba en el terremoto, a través de la solidaridad:
“Alguien gritó su espanto, y otras voces se unieron;
alguien elevó una plegaria, y otros la siguieron;
alguien entonó una canción, y muchos cantaron;
alguien levantó un escombro,
y otros más comenzaron a levantar las piedras;
alguien abrazó a un herido,
y otros más los cargaron en brazos;
alguien tendió su mano,
y miles de manos se unieron...
R/. Y Dios estaba en el terremoto; y Dios estaba entre ellos”.
Y , para colmo de nuestra experiencia humanizante, cuando llegamos de vuelta a nuestra casa de Jimaní nos encontramos un inmenso camión-trailer nos impedía el paso al negociar con dificultad una esquina estrecha en ángulo recto: llevaba nada menos que 48,000 (cuarenta y ocho mil) botellas de cerveza "negra" o malta para descargarlas en el centro de acopio del pueblo y luego distribuirlas como ayuda humanitaria en Haití.
Y, la guinda sobre el bizcocho o el pastel, la firma y rúbrica de este día de la Solidaridad, nos la encontramos por sorpresa al llegar a casa. Acababan de descargar en nuestro almacén provisional de la parroquia un gran camión de “ayuda solidaria” y generosa, procedente de nuestra parroquia Claret de la ciudad de Santo Domingo, acompañada por el Hermano claretiano José del Carmen Benoit.
Lo dicho: dos terremotos en un día.
El primero, madrugador y siniestro , de sólo dos segundos, sembrando de nuevo el pavor y el pánico, y, a la inversa, el “cordial” (el que tiene epicentro en el corazón), que 24 horas al día siembra bondad, compasión, solidaridad, amor y esperanza…
Apostamos ciegamente por este último, desde este rinconcito del mundo que es Jimaní, convertido estos días en centro de la solidaridad.
P. Carmelo Astiz, cmf.
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