Viaje hacia Haití con camión sin frenos
Después de Jimaní, la parroquia claretiana lejana de la frontera más madrugadora en llevar ayuda concreta a los damnificados del terremoto de Haití ha sido la parroquia rural de San Francisco de Macorís, situada en el centro-norte de la República Dominicana.
Un camión Daihatsu de mediana envergadura y una furgoneta Nissan llegaron, ayer lunes por la tarde, a la capital Santo Domingo, cargados hasta los topes con “ayuda humanitaria”. Pernoctaron allí y han emprendido viaje hoy, muy de madrugada, a las 4:00 a.m., camino de Jimaní, frontera con Haití. Durante las tres primeras horas nuestra caravana iba rodando suavemente en la oscuridad, presagiando un lindo amanecer. Pero cuando comenzó ya a clarear, el cielo se mostró un poco osco y plomizo, como cambiando de presagio. Efectivamente, a la altura de Barahona, a unos ciento y pico kilómetros del destino, el sobrecargado Daihatsu gritó con alarma su dificultad: ¡Voy sin frenos! El chófer avezado se percató del quejido y fue conduciendo el camión con prudencia y tino durante unos diez kilómetros en terreno llano, hasta Cabral, donde encontró la estación de servicio más cercana. Gracias a Dios, después de hora y media larga de reparación, pudimos reemprender marcha hasta llegar sin percance alguno a JIMANÍ.
JIMANÍ es un pueblo fronterizo, seguramente el paso de frontera más importante entre Dominicana y Haití. Y aquí justamente los Misioneros Claretianos establecimos hace casi tres años un nuevo puesto misionero, aceptando el cuidado pastoral de dos vastas parroquias rurales (Jimaní y La Descubierta), en lo que se suele llamar el “Sur Profundo”, caracterizado en general por la extrema pobreza y por la falta de desarrollo y bienestar sociales.
Después del devastador terremoto de Haití, Jimaní se ha convertido un poco en el epicentro de un terremoto-a-la-inversa, el temblor de la solidaridad, de la acogida, del consuelo, de la sanación; centro también de operación de algunas agencias de ayuda gubernamentales y no gubernamentales. Cientos y cientos de heridos han cruzado la frontera en busca desesperada de tratamiento médico y medicinas, de curación de heridas, de amputación de miembros, eliminación de gangrena, abarrotando y desbordando el humilde hospital local. También los claretianos hemos contribuido espléndida y eficazmente a acoger a ese pobre pueblo nómada en busca de salud. Nuestro recientemente inaugurado Centro Social ha abierto de par en par sus puertas para acoger y dar alivio y consuelo a tantos heridos desplazados…
Los rostros visibles de Jesús entre estos sus “pequeños”, heridos y desesperados, han sido -con calificación de sobresaliente- los dos Padres claretianos Pepe Rodríguez y Roselio Díaz, párrocos de las dos parroquias asignadas a nuestro cuidado pastoral en esta zona.
Pues bien, aquí recalamos a media mañana con nuestros dos vehículos cargados hasta la bandera. En el plan organizado de ayuda al pueblo haitiano, los Claretianos -coordinados y animados por “PROMICLA”- hemos establecido el sabio criterio de que todo lo que sea “ayuda en especie”, recibido en Dominicana y Puerto Rico, lo almacenemos en los locales de nuestra parroquia de Jimaní, todo a buen recaudo, y que desde aquí se vaya transportando progresivamente para distribución ordenada en Haití, sobre todo entre los afectados de nuestras parroquias, San Antonio Ma. Claret, en la capital, y Kazal, a unos cincuenta kilómetros de la misma, también afectada por el terremoto, aunque con menor ensañamiento.
Aquí, pues, descargamos lo que los bondadosos fieles de nuestra parroquia rural de San José de Cenoví, en San Francisco de Macorís, generosamente habían colectado durante la semana: leche en cartón, agua potable, arroz, sacos de plátanos verdes, colchonetas, pastas, ropa, calzado…
Por otra parte, hacia la 1:00 de la tarde recibimos, con temblor y con gozo, a nuestros ocho seminaristas haitianos, que regresaban de sus familias -a las que se habían acercado el sábado pasado- camino de vuelta ya a nuestros seminarios de Santo Domingo y San Francisco de Marcorís. El P. Anistus, párroco en Puerto Príncipe y héroe en esta situación adversa, nos los trajo en su furgoneta. Los recibimos con temblor, porque no sabíamos todavía la suerte que habían corrido sus seres queridos. Hemos tenido que lamentar con dolor y tristeza la muerte de la madre de uno de ellos, algunos pocos primos o sobrinos, una madrina de bautismo… Gracias a Dios, menos cuota de desgracia de la que hubiéramos podido temer.
Después de una tardía comida fraterna y frugal -sabroso sancocho con arroz- los seminaristas haitianos, encabezados por su formador el P. José Camilo Minaya, emprendieron viaje de regreso al seminario.
Y en dirección opuesta, regresando a Puerto Príncipe, el P. Anistus, con corazón esponjado y con gratitud “des-enfrenada” -sin frenos también-, entonaba su “Magnificat”, rogando por los fieles solidarios y generosos de la parroquia de San José de Cenoví, mientras transportaba ya con su furgoneta pick-up, sobrecargada hasta los topes, parte del tesoro solidario que sólo unas horas antes había llegado de Dominicana. ¡En caravana de solidaridad!
P. Carmelo Astiz, cmf.
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